Ante la posibilidad de un revés electoral, está acudiendo a las peores amenazas
Los amagos de acción militar solo exacerbarán los problemas de Venezuela
Los precios del petróleo han estado a la baja; como resultado, la “gallina de los huevos de oro” que ha alimentado el desbocado populismo de Hugo Chávez se ha debilitado seriamente. Desde meses atrás, la economía venezolana ha padecido alta inflación, desabastecimiento y desempleo. La inseguridad ciudadana, sobre todo en Caracas, ha llegado a extremos de crisis, producto del deterioro social y de la ineficiencia de los cuerpos policiales, la justicia y el sistema penal. La población está fatigada por la confrontación política, quiere soluciones a sus problemas y respeto a la democracia. Además, los Gobiernos más serios de Sudamérica –como los de Brasil, Uruguay y Chile– han tomado creciente distancia de las iniciativas “bolivarianas”. Los nuevos aliados se llaman Rusia e Irán.
En medio de este panorama, el 23 de noviembre Venezuela va a las urnas para elegir 23 gobernadores, 330 alcaldes y los concejos municipales. Los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), dominado por Chávez, no han alcanzado el ímpetu que la maquinaria y fondos públicos, puestos a su servicio, harían suponer; al contrario, muchos de ellos enfrentan inminentes derrotas. La oposición, en cambio, aunque desarticulada, asediada y con grandes dificultades de organización, tiene posibilidades de hacer un buen desempeño, que implicaría otro revés para Chávez y su proyecto de populismo autoritario.
Como las realidades que pueden mostrar el gobernante y sus aliados son tan escasas, y sus promesas cada vez más difíciles de sostener, han optado por las denuncias sin fundamentos, las amenazas y la represión. Es decir, la razón de la fuerza ante la imposibilidad de dar fuerza a la razón. Resultado: una crispación política y social que mucho daño hace al país.
Durante los últimos días, Chávez ha denunciado infundadas “conspiraciones” para, supuestamente, acabar con su vida. Sin pruebas, ha responsabilizado a militares retirados, al opositor gobernador del estado de Zulia, Manuel Rosales –ahora candidato a alcalde de Maracaibo–, y, ¡por supuesto!, a la CIA. Hasta se atrevió a añadir al licuado conspirativo a “algunos gobiernos centroamericanos”, al decir que, como nadie le podía garantizar su integridad en El Salvador, no asistiría a la Cumbre Iberoamericana que comenzó ayer en ese país.
Todo lo anterior quedaría como un episodio más de su desbocada retórica y sus imprudentes posturas internacionales, si a las acusaciones sin respaldo no hubiera añadido, el pasado sábado, una amenaza de proporciones alarmantes. En un acto de apoyo al candidato del PSUV para gobernador de Zulia, dijo que, si la oposición gana en ese estado, pondría en ejecución un llamado “plan Chávez”, que implicaría desarrollar acciones militares para evitar que se convierta en “otra Santa Cruz”, región de Bolivia que ha encabezado las protestas autonomistas en ese país. En un eco de sus diatribas de antaño, añadió que la suya “es una revolución pacífica, pero es una revolución armada”.
Hacía años que, en nuestro continente, un gobernante no asumía, de forma tan abierta y prepotente, una actitud de frontal rechazo a la voluntad popular. Su mensaje, implícito, pero también muy claro, es que si los venezolanos hacen lo que él quiere, es decir, elegir a sus candidatos, nada pasará, pero si, en ejercicio de su soberanía, se inclinan por la oposición, se exponen a la represión armada.
Estamos, ni más ni menos, que ante la combinación de los más primitivos instintos autoritarios con una creciente desesperación del mandatario. Esperamos que, con una masiva, independiente y pacífica participación electoral, los venezolanos frenen sus ímpetus. Ya lo han hecho en otras oportunidades; en esta deben imponer de nuevo su apego a la democracia y el civismo frente a un presidente volcado hacia las peores tácticas.
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