Quizás se alegue en descargo que el proceso revolucionario venezolano es pacífico, producto de la vocación democrática del pueblo, y, por lo tanto, debe evolucionar de modo gradual, inducido desde las alturas del poder constituido.por Homar Garcés
Sin embargo, las expectativas populares parecen rebasar esta apreciación, aunque aún se adolezca de una conciencia plenamente revolucionaria, surgida de unos conocimientos conscientemente adquiridos; cuestión ésta que constituye el punto más débil de todo el proceso bolivariano y sobre el cual poco se ha hecho seria y sostenidamente, a excepción del empeño puesto por William Izarra de promover el Centro de Formación Ideológica (CFI) a nivel nacional, además de lo hecho en igual sentido por otros revolucionarios en toda Venezuela, como una instancia generadora de la teoría revolucionaria necesaria, cumpliendo con tres objetivos primordiales, como lo son la difusión, la formación y la investigación que debe comprender dicha teoría para asegurar el cambio estructural, el bien común y la democracia directa que debieran caracterizar en todo momento este proceso revolucionario.
En las actuales circunstancias, se hace imperativo que los mismos sectores sociales revolucionarios comiencen a apropiarse de los distintos espacios donde puedan ponerse en práctica tales ideas, de forma que el cambio estructural inherente al proceso revolucionario, basado en el ideario socialista del siglo 21, tenga una base de sustentación popular más real y efectiva de la que pudiera tener en estos momentos.
Esto tendrá que avivarse desde abajo, combatiendo y venciendo la acción reformista, la desconfianza y cierto menosprecio exhibidos por algunos dirigentes del chavismo burocrático que obstruyen (a veces de modo deliberado y otras de modo irreflexivo) la capacidad política y creadora del pueblo respecto al rol de sujeto revolucionario que le corresponde cumplir y los cuales se explican por el vacío teórico y el pragmatismo consuetudinario que aquellos han impuesto desde sus posiciones de poder, amparándose sólo en el liderazgo y la imagen de Chávez.
Esto expone la necesidad forzosa de una confrontación ideológica, tanto a nivel interno como externo del proceso bolivariano, lo cual permitirá que la lucha, el compromiso, la convicción, la disciplina y la organización de los sectores revolucionarios y progresistas se conviertan en murallas infranqueables frente a los embates de la contrarrevolución que busca apoderarse de este proceso, haciendo posible en consecuencia la superación de la transición en que éste se halla sumido, lo que implica asumir frontalmente la alternativa del socialismo, pero ya de una manera que no dé lugar a las dudas ni a las vacilaciones.
Esto contribuiría en mucho a reforzar la gestión de gobierno, principalmente en lo atinente al mejoramiento de las condiciones socioeconómicas de la población, cediéndole espacios a la participación y al protagonismo del pueblo como condición primaria insoslayable para hacer verdaderamente -cambio estructural de por medio- una revolución integral en esta nación bolivariana.
Por ello mismo, la actual coyuntura electoral que vive el proceso revolucionario bolivariano tendrá que decidirse entre quienes propugnan el cambio estructural implícito en la propuesta socialista, además del poder popular, y aquellos que representan una "revolución" burocrática, ávidos de ocupar espacios de poder, pero sin generar ningún cambio revolucionario de verdad.
Aún así, no puede determinarse de antemano que dicha confrontación electoral será definitiva; al contrario, la puja por el poder entre estas dos corrientes político-ideológicas seguirá caracterizando al proceso bolivariano por algún tiempo, hasta que sea el mismo pueblo organizado y consciente quien marque la pauta a seguir, de un modo audaz, original, independiente y revolucionario, delineando lo que será el socialismo del siglo 21.
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