Carta abierta al Gobernador : De lo dicho no me arrepiento de nada
Sucede que un buen día secuestraron a mi hija con el solo motivo de amedrentarme. Fueron, según todos los indicios, funcionarios policiales y le tocará a las autoridades averiguarlo, si quieren hacerlo, si lo permiten las lealtades y las solidaridades automáticas y los oscuros intereses que carcomen el sistema.
Como hombre común, como padre, me cambió la vida, como seguramente le habrá cambiado a tantos y tantos padres, víctimas de esta violenta y cobarde agresión. Soy autoridad policial, pero no he querido proteger a mi familia más de lo que me toca proteger a la gente que nos confía su vida y la de sus hijos.
Este sufrimiento, que solo podía imaginar, lo he vivido en carne propia y quizá eso me ayude a servir mejor a los otros. No he reaccionado sin embargo por razones egoístas, lo he hecho porque se me amenaza para que claudique. Dejarme intimidar, ceder ante las presiones, es una traición a principios y convicciones de la que no me puedo dar el lujo a estas alturas de la vida.
Por años he sostenido las mismas ideas; en las aulas, en los pasillos de la cárcel de Sabaneta, en el ejecutivo regional, cuando defendíamos ideas que nadie creía y que la revolución hizo vigentes. Recular ahora en los albores de una nueva sociedad; ¿cómo podría explicarlo a mis padres y hermanos?, ¿cómo a mis hijas y a mis nietos?, ¿cómo a mi esposa y compañera de estos desvelos?, ¿cómo a todos con quienes comparto este proyecto de vida?.
No me arrepiento de nada, mi verdad es un secreto a voces: los funcionarios policiales son autores en el Estado Zulia de crímenes atroces: secuestran, extorsionan, roban y matan. Los que me estiman me recomiendan, seguramente de buena fe, no generalizar, me aconsejan recurrir a las frases hechas, a los lugares comunes, a los eufemismos, al golpe y cuida, propio de los farsantes de la cuarta república.
Dígame usted señor gobernador, ¿de qué me servirían tan sutiles distinciones si en su policía algunos funcionarios que no podemos distinguir, y que probablemente tengan patrullas nuevas; delinquen sin que usted haya tenido interés en evitarlo?. ¿De que me sirven esos muchos o pocos funcionarios honestos si los delincuentes hicieron del templo del honor un antro y se regodean en la absoluta impunidad?. El uniforme lo mancillan quienes dentro de él y con las armas del Estado apuntan al pueblo. No soy yo quien ofende sr. gobernador, yo soy sólo una víctima más que no está dispuesta a callar; que me demanden los leguleyos a su servicio y al servicio de tanta miseria, así tendré la oportunidad de ir erguido a decirle a los jueces en qué baso mis convicciones y seré la voz de otros que sufren y que no tienen voz. Probablemente no tendré que hacer mucho esfuerzo para convencer a los jueces dónde están los que merecen castigo; pero si de todas maneras me condenan, sólo le ruego a Dios no ir a dar con mis huesos a sus calabozos de El Marite, cuidado por sus cancerberos, capaces -como son- de las mayores atrocidades.
Habrá una marcha de los indignados que usted y su mala consciencia ha convocado con fines electoreros. Anden pues los indignados, mientras en ella más de uno rumiará su vergüenza, yo estaré con la consciencia tranquila reafirmado en mi convicción de que nuestra verdad va más allá de las maniobras y es el clamor de la gente honesta más allá de las ideologías.
Francisco J. Delgado R.
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