04 septiembre 2008

Alfredo Toro Hardy // Moscú y las enseñanzas de la historia

¿Cómo negarle a osetas y a abjazios lo que se le reconoció a los kosovares?

Acomienzos de 1813 se hizo evidente la magnitud de la derrota sufrida por la "Grande Armée" de Napoleón, frente al "General invierno" ruso. Castelreagh, ministro del Exterior británico, urgía para que la ocasión fuese prontamente aprovechada para crear una cuarta coalición antifrancesa. Su colega austríaco Metternich prefirió, sin embargo, un curso de acción más sutil. En lugar de sumarse abiertamente a una coalición contra Napoleón optó, en palabras de Henry Kissinger, por "demostrar la necesidad de la guerra probando la imposibilidad de la paz" (Un mundo restaurado, México, 1973). De esta forma, mientras los países tanto tiempo humillados por Bonaparte apostaban por la guerra, Metternich se adentraba en un proceso de negociaciones con Francia cuyo objetivo no era otro que el de probar la futilidad misma de las negociaciones.

El porqué de esta actitud tan bizantina respondía a un hecho simple. Austria era la cabeza de un vasto imperio multinacional integrado por poblaciones alemanas, húngaras, magiares, eslavas e italianas. Ello imponía a Viena una condición fundamental: desconocer el fenómeno étnico o nacional como fuente de derechos políticos, ya que el reconocimiento de los mismos socavaría la base de su estructura imperial. ¿Cómo podía Austria lanzarse a una cruzada antinapoleónica que se asentaba precisamente en el llamado a la guerra nacional contra el opresor?

Fue así que se inició un lento y magistral proceso de negociación cuyo objetivo final era el de legitimar un "casusbelli", a partir de la supuesta intransigencia francesa. El resultado de esta estrategia fue, que sin afectar el basamento plurinacional del imperio Habsburgo, Austria pudo no sólo liderar la Cuarta Coalición antinapoleónica sino también al Congreso de potencias aliadas que sucedió a la derrota del emperador francés.

Algo similar podría estarse escenificando actualmente en Rusia. Siendo cabeza de un Estado multiétnico y confrontado a la presión separatista de los chechenos, Moscú no podía propiciar la independencia de osetas y abjazios, a pesar de compartir con ellos una misma nacionalidad. Sin embargo, al oponerse sistemáticamente a la independencia de Kosovo, en virtud de la integridad territorial de Serbia, y al buscar la protección de las minorías rusas de ambas provincias, sin cuestionar la integridad territorial de Georgia, preservó la legitimidad de su base multiétnica.

No obstante, supo aprovechar a perfección el precedente de las capitales occidentales al reconocer a Kosovo y la torpeza sin límites de Georgia de buscar imponerse a sangre y fuego en Osetia del Sur, poco después de lo anterior. ¿Cómo negarle a osetas y a abjazios lo que se le reconoció a los kosovares, cuando el propio Saakashvili se encargó de transformarlos en víctimas?

¿Estamos ante una estrategia digna de Metternich o ante una simple concatenación de factores favorables a Moscú? Lo cierto es queMoscú ha podido dar sustento a la independencia y satelización de Osetia del Sur y Abjazia, con un mínimo costo para su base multiétnica.

Alfredo Toro Hardy
altohar@hotmail.com




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