02 agosto 2008

Roberto Hernández Montoya: Parta siempre

Venezuela es el país musi-calmente más rico del mundo. Todo el planeta lo sabe, menos los venezolanos.
El domingo pasado en el Aula Magna de la UCV, Gustavo Dudamel dijo una frase lapidaria: "La música cambió para siempre y cambió aquí en nuestro país".

Hay dos razones para esta hegemonía. La primera causa es el mestizaje cultural que nos enriqueció y que tanto incomoda a los tontos que no se quieren. Es rasgo común de Nuestra América y explica su riqueza musical (culinaria, etcétera). Cuba, ese país pequeño, ha desbordado el mundo de música. Allí se juntaron las raíces europeas, africanas e indígenas, hasta chinas, para producir, por ejemplo, el danzón, la música más bella que se haya hecho, en mi nada humilde opinión –como dice Manuel Brito–. La humanidad creó la música para que el danzón fuese posible. Es afirmación temeraria, pero la digo en serio.

También podemos hablar de la Argentina, del Brasil, de México, de Colombia. No sigo para no continuar dejando fuera a tanto país genial. Pero si Nuestra América no es respetada por sus industrias y, felizmente, por sus bombas, es respetada y admirada por su música, su literatura, sus artes, sus pensadores, sus héroes. El mundo se mece dulce y apasionadamente con nuestra música. Y con la europea, que tocamos tan bien como ellos aunque a ellos les cuesta tanto tocar la nuestra, llena de síncopas, escalas pentatónicas y demás extrañezas para un oído europeo. Por eso algunos especulan que Beethoven tenía sangre africana, vía Curazao, lo que explicaría las síncopas de su Tercera sinfonía.

Ignoro si es cierto, pero es sabroso creerlo.

La otra razón para este auge es el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles. La "mente" de José Antonio Abreu, como dice Dudamel.

Tenemos varios artistas de escala internacional, desde Teresa Carreño hasta Dudamel, pasando por Gabriela Montero, Sergio Tiempo, Aquiles Báez, Aquiles Machado, Rómulo Lazarde, Alirio Díaz, Isabel Palacios, Aldemaro Romero, Juan Carlos Núñez, y paro aquí para no seguir dejando por fuera a otro gentío genial y porque no tengo todo el periódico.

Es malo ser arrogante, pero también ser alicaído cuando hay razones para la frente en alto. Y porque es lo que esperan de nosotros quienes no nos quieren.



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