14 agosto 2008

Alfredo Toro Hardy // Osetia del Sur

El 25 de junio de 1991 Eslovenia y Croacia procedieron a declarar unilateralmente su independencia de Yugoslavia, luego de haberlo decidido por referéndum. Estados Unidos y la mayoría de los países de la Comunidad Europea estuvieron en desacuerdo con esta acción, a sabiendas de que era el primer paso en lo que podía llegar a convertirse en una anarquía sin final. Dado que el reconocimiento internacional que se diese a Croacia y Eslovenia era determinante para marcar el curso posterior de los eventos, se negaron a aceptar el hecho consumado de esta independencia. Sin embargo, el 23 de diciembre de 1991, y contra el parecer de sus socios comunitarios y de Washington, el Gobierno alemán de Bonn reconoció unilateralmente la independencia de ambos. La actitud germana respondió a consideraciones simbólicas y afectivas. De un lado se argumentaba que un país como Alemania, que venía de reunificarse según el principio de la autodeterminación de los pueblos, no podía negarles a otros ese mismo derecho. Del otro, contaba mucho una vieja tradición de simpatía recíproca con los croatas, pueblo reconocidamente germanófilo.
por Alfredo Toro Hardy

Los socios europeos se encontraron ante una seria disyuntiva: distanciarse de Alemania y arriesgar los objetivos de unión política y monetaria derivados de Maastricht, o plegarse a disgusto a los argumentos de Bonn. Inevitablemente decidieron esto último, y el 15 de enero de 1992 la independencia de Croacia y Eslovenia fue reconocida por las principales capitales occidentales. A partir de ese momento la autodeterminación étnica se convirtió en la norma por seguir y, como era de esperarse, la anarquía se impuso por doquier.

Cuando los croatas de Croacia se basaban en la autodeterminación étnica para independizarse, a ellos les parecía bien. Pero cuando eran los serbios de Croacia los que recurrían a este mecanismo para unirse a Serbia, los croatas no lo aceptaban. Cuando los serbios de Croacia utilizaban esta vía para unirse a Serbia, a los serbios les parecía bien, pero ya no la aceptaban cuando eran los musulmanes o los croatas de Bosnia quienes aspiraban a su independencia de Serbia. Y así sucesivamente. A partir de este momento las separaciones étnicas se convirtieron en buenas o malas dependiendo del ojo que mirase.

La situación no ha cambiado. Hace unos meses, Washington y buena parte de sus aliados europeos desestimaron la integridad territorial de Serbia y procedieron a reconocer la independencia de Kosovo. El deseo de independencia de la etnia albana predominante, era razón suficiente para justificar la existencia soberana de ese lugar del mundo. Sin embargo, lo que era bueno para el pavo no lo es para la pava. Cuando la etnia rusa preponderante en Osetia del Sur aspira a unirse a Rusia, las cosas cambian para las capitales de Occidente. Y, a la inversa, Rusia que no aceptaba la autodeterminación ética de los kosovares, como tampoco la acepta para los chechenos, no duda en reconocérsela a los osetas rusos. Aun cuando en justicia debe recordarse que Rusia había advertido que si se reconocía a Kosovo, se estaría sentando un grave precedente para Osetia del Sur y otras regiones.

Alfredo Toro Hardy
altohar@hotmail.com

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