12 junio 2008

Alfredo Toro Hardy // Identidad y parentesco

En el ámbito de las relaciones internacionales la identidad asume el mismo valor que en el campo de las relaciones interpersonales tiene el parentesco. En la medida en que un país o una región estén en capacidad de reivindicar un mayor número de elementos de identidad, mayor será su capacidad de inserción internacional. La conformación de espacios y alianzas de naturaleza política o económica viene determinada, en importante medida, por elementos de identidad común. Explorar y desarrollar las diversas vertientes de su identidad, en búsqueda de una mayor vinculación internacional, constituye prioridad para nuestra región.

El elemento de identidad más obvio que tendríamos a la mano sería la latinidad. A fin de cuentas nos reconocemos a nosotros mismos como latinoamericanos. No obstante, el concepto tiene sus bemoles. El término América Latina fue acuñado en el momento mismo en que Napoleón III se lanza a la conquista de México. No por simple casualidad, desde luego. Tras esta denominación aparecía delineado un programa político destinado a proyectar el papel y las aspiraciones de Francia sobre la América hispana. Paradójicamente el término América Latina cuajó entre nuestros pueblos y, a pesar de su origen y connotaciones imperialistas, llegó a ser adoptado como elemento primario de identidad. La latinidad como herramienta de identidad encuentra, sin embargo, importantes escollos. Su propia amplitud tiende a convertirla en un concepto difuso. ¿Incluiría a todos los pueblos europeos que absorbieron la impronta de identidad del Imperio Romano?

Si la latinidad peca por su carencia de asidero, la hispanidad, por el contrario, resulta cabalmente concreta. Identificar a la América hispana es tarea fácil. Por lo demás, este concepto adquiere pleno sentido político a partir de un elemento adicional: 30 millones de ciudadanos estadounidenses de este origen conforman la primera minoría de ese país y se conocen a sí mismos como "hispanos". La limitación de esta noción vendría dada por su carácter excluyente del mundo lusitano. Dejar afuera a 160 millones de brasileños que ocupan la mitad del territorio de América del Sur, no parecería desde luego una buena idea. Más aún, en la propia España se trata de un concepto problemático, a contracorriente del emerger de sus autonomías y demasiado identificado con el pasado franquista.

Está luego el componente ibérico. A diferencia de la latinidad, éste resulta suficientemente preciso en sus orígenes y más práctico en su uso instrumental. A su vez, a diferencia de la hispanidad, abarca a los americanos de habla española y portuguesa y no encuentra resistencia en la propia España. Al definirnos como iberoamericanos encontramos elementos claros de parentesco al interior de una familia universalmente conocida.

Hay igualmente raíces africanas e indígenas en nuestro ancestro que conforman signos evidentes de identidad. Una Cuenca del Caribe de fuerte presencia negra y una línea que a partir del Río Grande y hasta el sur de Chile evidencia una matriz indígena de origen diverso. También allí hay importantes parentescos por explorar y definir.


Alfredo Toro Hardy
altohar@hotmail.com

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