05 junio 2008

Alfredo Toro Hardy // De Westfalia a nuestros días

Durante siglos el sistema internacional se ha regido por principios que remontan su origen al Tratado de Westfalia. Celebrado en 1648, al concluir la Guerra de los Treinta Años, el mismo sentó las bases del Estado moderno a partir de dos nociones básicas: la exclusividad de un territorio y la exclusión de actores externos en el manejo de los asuntos internos. Es decir, territorialidad y no injerencia. Las dos nociones anteriores conllevaron lógicamente a una tercera: la igualdad jurídica entre los Estados.

El sistema internacional surgido de Westfalia fue más un "deber ser" que una realidad. El colonialismo representó, sin duda, la fractura más evidente de sus principios. En virtud de concepciones tales como la "misión civilizadora", el "peso del hombre blanco" e incluso "el destino manifiesto", las grandes potencias occidentales desconocieron el derecho a la existencia independiente de Estados considerados como "no suficientemente civilizados".

Paul Leroy-Beaulieu, el más connotado tratadista de la colonización francesa, señalaba en su texto clásico La colonización entre los pueblos modernos, que el mundo podía ser dividido en cuatro grupos: los Estados miembros de la civilización occidental; los Estados que se dirigían en esa misma dirección (principalmente Japón); los Estados inestables con grados civilizatorios cuestionables y las "tribus bárbaras y salvajes". De los cuatro grupos anteriores, los dos últimos podían ser objeto de colonización por parte de las naciones occidentales. Para esa época, en Inglaterra, John Stuart Mill trazaba una distinción entre la no intervención en los asuntos de los países civilizados y el derecho a la intervención en los "países bárbaros".

La mayor parte de la América Ibérica independiente, considerada como insuficientemente civilizada por las grandes potencias occidentales, pudo librarse de las garras colonizadoras gracias a la Doctrina Monroe. La presencia disuasiva del emergente gigante norteamericano, sirvió de importante muro de contención frente a los apetitos europeos. No en balde, bastó la entrada de Estados Unidos en su Guerra Civil para que Francia se lanzara a la conquista de México.

Sin embargo, la Doctrina Monroe no sólo era insuficiente para contener los apetitos europeos sino que, en sí misma, era una noción imperial que asumía la condición "incipientemente civilizada" de nuestros países. Venezuela, como tantos otros países de América Latina, debió sufrir las consecuencias de ello. Desde la pérdida de gran parte de la Guayana, hasta la imposibilidad de estar presente en el Laudo Arbitral de París de 1898, en el que se definía el futuro de gran parte de su territorio, desde el bloqueo de 1903 hasta la intervención foránea de sus aduanas, Venezuela pudo atestiguar en carne propia las hipocresías del sistema de Westfalia.

También hoy las grandes potencias, con especial referencia a la mayor, visualizan la territorialidad, la no injerencia y la igualdad jurídica entre los Estados, en sus propios términos e intereses. Irak está allí para probarlo. El sistema de Westfalia dejó de ser un "deber ser" teórico para pasar a ser visto como un simple anacronismo. Lo que, en sí mismo, puede llegar a ser más peligroso que el colonialismo de los dos siglos precedentes.

Alfredo Toro Hardy
altohar@hotmail.com



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